Mañana, 11 de abril, se celebra el Día Mundial del Parkinson. Aquí os dejo un cuentecito de Mabel Piérola para acercarnos un poco más esta enfermedad tan sonada y a veces tan desconocida.
Me parezco mucho a mi papá
Las hojas tiemblan en los árboles
cuando sopla el viento.
El flan tiembla en el plato
cuando lo trae mamá.
Las ventanas tiemblan si pasa un camión.
Mi papá también tiembla
como las ramas, como el postre, como el cristal.
Yo tiemblo a veces
cuando tengo frío o miedo.
Me gusta mucho parecerme a mi papá.
Me ha dicho que él tiembla porque tiene Parkinson.
El Parkinson es una enfermedad
que es como el frío, el viento o un camión,
que pasan cuando se les ocurre
y te hacen temblar aunque tú no quieras.
Pero él toma medicinas y los puede parar.
Somos tan iguales
que los dos tenemos manías semejantes.
Mi padre colecciona caracoles
porque cree que esos animales le traen buena suerte
y le van a enseñar a ir más despacio. Y dice que
eso es algo a lo que se tiene que acostumbrar.
Yo colecciono muchos elefantes…
porque me gustan mucho y no sé más porqués.
Aunque si me paro a pensar,
a lo mejor lo hago porque me parezco un poco en el peso
o porque tengo muchas ganas de crecer.
Un día la abuela me contó
que cada ser humano es como un árbol.
De caprichosas formas y todos diferentes.
Y por mucho que yo quiera parecerme a papá
y crezca a su lado, yo seré distinto.
También me dijo que los árboles
que crecen torcidos nadie los corta
para llevarse la madera.
Por eso viven muchos años y son los más sabios.
Mi papá no es recto.
Camina un poco curvado y arrastra los pies.
Cada mañana me acompaña al colegio.
Lleva una mochila a la espalda
y va con patines que son invisibles.
Esto nadie me lo ha contado,
pero yo lo sé.
Mientras estoy en el colegio,
papá está en sus trabajos.
Se va a caminar y a hacer gimnasia
con otros amigos que tiemblan a ratos como él.
Con el abuelo construye barcos pirata,
y navegan con ellos y surcan muchos mares.
En casa está haciendo un coche de Fórmula 1,
y el próximo domingo
iremos toda la familia a un parque
que tiene un circuito, para verlo correr.
Yo voy a ser el primero de la clase,
porque cada tarde hacemos juntos los deberes.
Copiamos trozos de libros “a nuestra manera”.
Las letras a mi no me salen rectas.
Y a él, a medida que escribe, se le hacen tan pequeñas
que sólo un enano las puede leer.
Cuando se nos cansa la mano
leemos en alto cuentos que son cortos.
Repetimos palabras
que son muy difíciles de pronunciar,
o inventamos otras que ni siquiera existen…
Entre risa y risa, sumamos, restamos
naranjas y pájaros.
Y lo pasamos fenomenal…
Cuando ya es de noche
me voy a la cama contento.
¡Me parezco mucho a mi papá!
A veces, sólo algunas veces,
papá está como ausente en su sillón.
Se queda callado mirando a lo lejos,
tan lejos que ni siquiera me ve.
Entonces me siento a su lado y me pongo a viajar
“al país de ninguna parte”, como dice él.
En ese país todo se hace blando. Nada te hace daño.
Flotas y paseas sin ningún esfuerzo.
Y allí puedes dormir mientras vuelas,
acunado por el aire, como los vencejos.
Pero cuando estoy despierto, aquí hay cosas
que me cuesta mucho aprender a hacer:
Poner agua en el vaso sin derramarla.
Beber la leche sin mancharte ni una gota.
Abrochar la fila de botones de cualquier camisa.
Saber hacer lazos con los cordones de los zapatos.
Levantarme de la silla sin caerme…
A papá también le resulta muy difícil,
y en esos momentos me consuela
que estas cosas nos pasen a los dos.
Aunque la abuela diga que yo soy distinto,
me propongo cada día ser muy parecido.
Y creo que poco a poco lo estoy consiguiendo
porque cuando salimos las vecinas comentan:
-¡Cómo se parece este niño a su padre!
Pero hoy papá se ha parado un rato a charlar con ellas.
Y le he oído decir muy bajito, mientras sonreía:
-Pienso que a medida que pasan los días, yo me parezco
mucho más a él.
Sonia. Terapeuta Ocupacional.
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